Por Federico Dávila (*)
En los últimos años,
nuestro pueblo hermano de la República de Chile nos han dejado enormes
lecciones y una gran esperanza!
En efecto, en estos
años, desde 2018, ha reaccionado quizá como no lo había hecho desde el
plebiscito de 1988 que puso fin a la dictadura de Pinochet. Han pasado muchos
años de ese importante acontecimiento. Muchas idas y vueltas durante los
gobiernos de la Concertación Democrática, Nueva Mayoría y los dos gobiernos de
Piñera. Sin embargo, el pueblo estaba ahí, en las profundidades,
subterráneamente, sin visibilizarse. Fuera de los medios de comunicación. Pero
estaba ahí, pensando, organizándose, militando, construyendo.
Estaba preparándose
para las batallas más importantes. Parecía dormido, pero estaba soñando!. Se
estaba organizando, y ¡lo logró! Con mucho debate, con contradicciones, con
idas y vueltas, pero lo logró. Con unidad, con solidaridad, con organización y
fundamentalmente con esperanza. Una esperanza que se sigue contagiando en
nuestra Patria Grande Latinoamericana y que trasciende lo meramente electoral y
partidocrático. Y, al respecto, quisiera hacer algunas reflexiones y tal vez
conclusiones.
En primer lugar, creo
que el “estallido social” del 2019 fue social pero no estallido. Fue la
expresión en conjunto del pueblo chileno que reclamaba justicia social. Fue la
manifestación de una crisis de representación y gobernabilidad democrática. De
una “democracia” en dónde llegan gobiernos que no son “del pueblo ni para el
pueblo”. Gobiernos que sólo representan los intereses de elites, de los
más ricos. Sistemas en dónde las plutocracias se disfrazan de democracias a
través de operaciones políticas ejecutadas por sistemas judiciales corruptos y
medios de comunicación monopólicos que no son más que operadores políticos. ¡El
pueblo chileno dijo basta!
Asimismo, está
haciendo propuestas de reformas constitucionales en dónde se expresa
claramente la idea una representatividad democrática superadora de la
partidocracia política y que incluya a las diversas expresiones sociales
de trabajadores y trabajadoras, estudiantes, organizaciones barriales,
comunidades indígenas, etc. Lo cual se ve reflejado en el proceso
constituyente. En este sentido, la reforma constitucional en sí misma
constituye un hecho revolucionario. Está naciendo un nuevo Chile, un Chile con
su pueblo como protagonista principal en la construcción de un acuerdo político
integral, definiendo un modelo de país, un proyecto nacional.
Y, en este contexto,
la elección del compañero Gabriel Boric para presidente constituye un punto
central en esta etapa de cambios profundos. Es la posibilidad de culminar dicho
proceso, de perfeccionarlo, de consolidarlo, de lograr la felicidad del pueblo.
Como decía Arturo Jauretche “conquistar derechos provoca alegría”.
Pero, a su vez, es una
gran esperanza para Latinoamérica y el Caribe. Es la gran posibilidad, elección
de Brasil mediante, de seguir construyendo una geopolítica de los pueblos en la
región y fortaleciendo instituciones como el Mercosur, la UNASUR, la CELAC,
etc.
(*) Federico Dávila es Subsecretario de RRII de UPCN y copresidente de la
Internacional de Servicios Públicos en la región Interaméricas.