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LOS TRABAJADORES Y LA ATRACCION POLITICA DEL PERONISMO

 19/06/2018   8324

“Resistenciae Integración, el peronismo y la clase obrera argentina, 1946-1976”.

DanielJames. Sociólogo e historiador británico.

Introducción.

 

LOSTRABAJADORES Y LA ATRACCIÓN POLÍTICA DEL PERONISMO

 

          La relación entre los trabajadores ysus organizaciones y el movimiento y el Estado peronistas resulta por lo tantoindudablemente vital para la comprensión del período 1943-55. La intimidad deesa relación ha sido tomada en general, por cierto, como definitoria delcarácter excepcional del peronismo en el espectro de las experienciaspopulistas latinoamericanas. ¿Cómo debemos interpretar la base de esa relacióny, además, peronistas?  Las respuestas aestas preguntas han rechazado  cadavez  más las anteriores explicaciones,que entendían el apoyo de los obreros a Perón en función de una división entrela vieja y la nueva clase trabajadora. Sociólogos como Gino Germani,izquierdistas que competían por las simpatías de la clase trabajadora, eincluso algunos peronistas, explicaron la adhesión popular al peronismo entérminos de obreros migrantes sin experiencia que, incapaces de afirmar en sunuevo ámbito urbano una propia identidad social y política e insensibles a lasinstituciones y la ideología de la clase trabajadora tradicional, seencontraron “disponibles”  para serutilizados por sectores disidentes de la elite. Esos proletarios inmadurosfueron quienes, según esa explicación, se congregaron bajo la bandera peronistaen el período 1943-46.

         

         En los estudios revisionistas, el apoyo de la clase trabajadora a Perónha sido visto como el lógico compromiso de los obreros con un proyectoreformista dirigido por el Estado que les prometía ventajas materialesconcretas. Más recientes, esos estudios no han presentado la imagen de una masapasiva manipulada sino la de actores, dotados de conciencia de clase, queprocuraban encontrar un camino realista para la satisfacción de sus necesidadesmateriales. Ese instrumentalismo tenía al parecer el respaldo del sentidocomún. Casi todos los que interrogaban a un peronista  sobre las causas de su apoyo a Perón recibíanpor respuesta el significativo gesto de palparse el bolsillo donde el bolsillodonde se lleva el dinero, que simbolizaba un pragmatismo de clase básico,atento a las necesidades de dinero y a su satisfacción. No hay duda de que elperonismo, desde el punto de vista de lo0s trabajadores, fue en un sentidofundamental una respuesta a las dificultades económicas y la explotación declase.

               

         Sin embargo, era también algo más. Eratambién un movimiento representativo de un cambio decisivo en la conducta y laslealtades políticas de la clase trabajadora, que adquirió una visión políticade la realidad diferente. Para comprender el significado de esa nuevafiliación política necesitamos examinar cuidadosamente sus rasgos específicos yel discurso en el cual se expresó, en vez de considerar al peronismo como unainevitable expresión de insatisfacción social y económica. Por lo tanto, si bien el peronismo representó unasolución concreta de necesidades materiales experimentadas, todavía nos faltacomprender por qué la solución  adoptó laforma específica de peronismo y no una diferente. Otros movimientospolíticos se habían preocupado por esas mismas necesidades y habían ofrecidosoluciones. Incluso desde el punto de vista programático había muchassimilitudes formales entre el peronismo y otras fuerzas políticas. Lo que necesitamos entender es el éxitodel peronismo, sus cualidades distintivas, la razón por la cual su llamamientopolítico inspiró más confianza a los trabajadores; en suma, qué facetastocó que otros no tocaron. Para ellonecesitamos considerar seriamente el atractivo político e ideológico de Perón,así como examinar la índole de la retórica peronista y comprarla con la dequienes le disputaban la adhesión de la clase trabajadora.

 

 

LOSTRABAJADORES COMO CIUDADANOS EN LA RETÓRICA POLÍTICA PERONISTA

 

          El atractivo políticofundamental del peronismo reside en su capacidad para redefinir la noción deciudadanía dentro de un contexto más amplio, esencialmente social. La cuestión de la ciudadanía en sí misma, y la del acceso a laplenitud de los derechos políticos, fue un aspecto poderoso del discursoperonista, donde formó parte de un lenguaje de protesta, de gran resonanciapopular, frente a la exclusión política. En parte, además, la fuerza de eseinterés por los derechos políticos de la ciudadanía se originaba en la foja deescándalos de la “década infame” que siguió al derrocamiento de Irigoyen porlos militares en 1930. En la “décadainfame”, que en rigor se extendió desde 1930 hasta el golpe militar de1943, se asistió a la reimposición y elmantenimiento del poder político de la elite conservadora mediante un sistemade fraude y corrupción institucionalizados. Era la época de “ya votaste,rajá pronto para tu casa”, impuesto por los matones a sueldo de los comitésconservadores. La corrupción política dio un tinte de degeneración social a laelite tradicional, protagonista de una serie de escándalos, aparentementeinterminable en los que intervenían figuras públicas y grupos económicosextranjeros, que los nacientes grupos nacionalistas condenaron en muchasoportunidades.

               

Asimismo, esa corrupción institucionalalimentó un vasto cinismo público. En las palabras de un autor, “erauna corrupción que hacia escuela”. El malestar político y moralacarreado por esta situación engendró una notoria crisis de la confianza queinspiraban instituciones  políticasestablecidas y de la creencia en su legitimidad. El peronismo pudo, en consecuencia, reunir capital político denunciando la hipocresía de un sistemademocrático formal que tenía escaso contenido democrático real. Porañadidura, el peso de las acusaciones peronistas contra ese sistema fueacrecentado por el hecho de que incluso aquellos partidos formalmente opuestosal fraude en la década 1930-40 fueron vistos como comprometidos con el régimenconservador. Tal fue particularmente el caso del partido radical, que al cabode un período de abstención principista, entre 1931 y 1936, se reincorporó a lacontienda política, bajo la dirección de Marcelo T. de Alvear, con el fin deactuar como oposición leal a un sistema político del que el radicalismo sabíaque jamás podría desplazarlo. La crisis de legitimidad se extendió entoncesmucho más allá de la elite conservadora misma y fue un tema constantementereiterado por la propaganda peronista en 1945 y 1946. En la campaña previa alas elecciones de 1946, el órgano oficial del Partido Laborista expresó esconcepto:

 

 

“Los viejos y tradicionales partidos desde hace variosaños dejaron de ser intérpretes del pueblo para serlo en círculos y cenáculosde evidente matiz impopular, sordos y ciegos a las inquietudes de esa masa quellaman en su auxilio cuando se trata de elecciones”

 

Sin embargo, laatracción ejercida por el peronismo sobre los trabajadores no puede explicarsesimplemente en función de su capacidad para articular exigencias departicipación política y pleno reconocimiento de los derechos de la ciudadanía.Formalmente, los derechos asociados a esas reclamaciones – sufragio universal,derecho de asociación, igualdad ante la ley – existían desde hacía largo tiempoen la Argentina. La Ley Sáenz Peña, que estableció el sufragio universalmasculino en 1912, siguió en vigencia durante la “década infame”. Similarmente,en la  Argentina existía una sólidatradición de instituciones sociales y políticas representativas. La formulaciónpor el peronismo de demandas democráticas era, por lo tanto, la exigencia derestablecimiento de derechos ya anteriormente reconocidos.

 

Más aún. Perón no teníael monopolio de este discurso contra la exclusión política. Por cierto fue elmismo lenguaje que sus adversarios de la Unión Democrática utilizaron contraél, acusándolo de representar un sistema cerrado y antidemocrático, y fueasimismo el discurso que continuaría constituyendo la base de la oposiciónpolítica a Perón durante todo su régimen y después de su caída. Finalmente, enel sentido de que se refería a la cuestión general de la ciudadanía, no era unllamamiento dirigido específicamente a los trabajadores sino, por definición, atodos los votantes cuyos derechos habían sido violados.

 

El éxito de Peróncon los trabajadores se explicó, más bien, por su capacidad para refundir elproblema total de la ciudadanía en un molde nuevo, de carácter social. El discurso peronista negó la validez de laseparación, formulada por el liberalismo, entre el Estado y la política por unlado y la sociedad civil por otro. La ciudadanía ya no debía ser definidamás simplemente en función de derechos individuales y relaciones dentro de lasociedad política, sino redefinida en función de la esfera económica y socialde la sociedad civil. En los términos de su retórica, lucha por derechos en elorden de la política implicada inevitablemente cambio social. Más aún, alsubrayar constantemente la dimensión social de la ciudadanía, Perón desafiaba en forma explícita lavalidez de un concepto de democracia que la limitaba al goce de derechospolíticos formales, y a la vez ampliaba ese concepto hasta hacerlo incluir enla participación en la vida social y económica de la nación.

Esto se tornó deltodo patente en la campaña electoral de 1946. El llamamiento político de laUnión Democrática se expreso poco menos que totalmente en el lenguaje de lasconsignas democráticas liberales. En los discursos y manifiestos políticos nohubo virtualmente mención alguna del tema social. En cambio, se encuentra undiscurso político totalmente estructurado en términos de “libertad”, “democracia”,“la Constitución”, “elecciones libres”, “libertad de palabra”, y demás.

Perón, en cambio,constantemente recordaba a su público que tras la fraseología del liberalismohabía una división social básica y que una verdadera democracia sólo podría serconstruida si se enfrentaba con justicia esa cuestión social. En un discurso dejulio de 1945, en que contesto las crecientes exigencias de eleccionesformuladas por la oposición, dijo:

 

“Si algunos piden libertad, nosotros también la pedimos  pero no la libertad del fraude. Ni tampoco lalibertad de vender al país ni la de explotar al pueblo trabajador.”

 

 

LOS ANTECEDENTES

 

No hay duda algunade que esta clase de retórica tocó una fibra sensible de los trabajadores queacababan de salir de la década infame. En el primer acto público organizado porla CGT para respaldar a Perón contra el creciente ataque opositor, en julio de1945, Manuel Pichel, delegado de aquel organismo gremial, afirmó:

“No basta hablar de democracia. Una democracia defendidapor los capitales reaccionarios no la queremos, una democracia que sea unretorno a la oligarquía no la auspiciaremos.”

Mariano Tedesco,dirigente textil, recordó algunos años después que

“La gente en 1945 ya estaba cansada. Durante años lehabían engañado su hambre atrasada con canciones sobre la libertad”.

Análogamente, el escepticismocon que eran recibidos los símbolos formales del liberalismo se torna patenteen una anécdota que Julio Mafud recuerda del año 1945- Según Mafud, un grupo detrabajadores fue interrogado acerca de si temían por la existencia de lalibertad de palabra en caso de que Perón triunfara en las elecciones venideras.Le contestaron: “La Libertad de expresiónes cosa de ustedes. Nosotros nunca la hemos tenido”

 

Másfundamentalmente aún, la refundación por Perón del tema de la ciudadaníainvolucraba una visión distinta y nueva del papel de la clase trabajadora en lasociedad. Tradicionalmente, el sistema político liberal en la Argentina, comoen otras partes, había reconocido la existencia política de los trabajadorescomo atomizados ciudadanos individuales dotados de una formal igualdad dederechos en el campo político, pero al mismo tiempo había rechazado, uobstaculizado, su constitución como la clase social en ese campo. Ciertamentefiel a la separación liberal entre Estado y sociedad civil, entendía que todala unidad, cohesión social y sentimiento de intereses distintos que se hubieraalcanzado en la sociedad civil debían disolverse y atomizarse en el mercadopolítico, donde los ciudadanos particulares podían, por intermedio de lospartidos políticos, influir sobre el estado y así reconciliar y equilibrar losintereses que existen en reciproca competencia en la sociedad civil.

 

El radicalismo, pese a toda su retórica sobre“el pueblo” y la “oligarquía”, nunca cuestionó los supuestos del sistemapolítico liberal. Más aun, su maquinaria política, basada en el favoritismopersonal y estructurada en torno de jefes locales, estaba en la posición idealpara actuar como “vendedor” de las exigencias de los ciudadanos individuales enel mercado político. El peronismo, encambio, fundaba su llamamiento político a los trabajadores en un reconocimientode la clase trabajadora como fuerza social propiamente dicha, que solicitabareconocimiento y representación como tal en la vida política de la nación, laclase trabajadora, como fuerza social autónoma, había de tener acceso directo ypor cierto privilegiado al Estado por intermedio de sus sindicatos.

 

El carácter excepcional de esa visión de laintegración política y social de la clase trabajadora en la Argentina de ladécada 1940-50 se torna más patente si examinamos la manera distintiva  en que Perón se dirigió a los trabajadores enlos discursos que pronunció en la campaña electoral de 1945-46 y después. Adiferencia del caudillo o cacique político tradicional el discurso de Perón nose dirigió a los obreros como individuos atomizados cuya única esperanza delograr coherencia social y significado político en su vida radicaba enestrechar lazos con un líder capaz de interceder por ellos ante un Estadotodopoderoso. En cambio Perón les hablócomo a una fuerza social cuya organización y vigor propios eran vitales paraque él pudiera afirmar con éxito, en el plano del Estado, los derechos deellos. Él era solo su vocero, y sólo podía tener éxito en la medida en queellos se unieran y organizaran. Continuamente subrayó Perón la fragilidad delos individuos y lo arbitrario del destino humano, y por lo tanto la necesidadde los trabajadores de depender solamente de su propia voluntad paramaterializar sus derechos.

 

En el marco de esta retórica, porconsiguiente, el Estado no se limitaba a ser un dispensador todopoderoso derecursos apetecidos que los distribuía –por intermedio de su instrumentoelegido, el líder- a individuos pasivos. Másbien el Estado era un espacio donde las clases –no los individuos aislados-podían actuar política y socialmente unos junto con otros para establecerderechos y exigencias de orden corporativo. Según este discurso el árbitrofinal de ese proceso podía ser el Estado, y en definitiva la figura de Perónidentificada con el Estado, pero éste no constituía a esos grupos comofuerzas sociales, pues ellos tenían cierta independencia, así como unapresencia irreductible, social, y, por lo tanto, política.

 

Esta afirmación de los trabajadores comopresencia social y su incorporación directa al manejo de la cosa públicasuponía obviamente un nuevo concepto de las legítimas esferas de interés yactividad de la clase obrera y sus instituciones. Esto se hizo patente sobretodo en la afirmación, por parte de Perón, deque los trabajadores tenían derecho a interesarse por el desarrollo económicode la Nación y a contribuir a determinarlo. Las cuestiones de laindustrialización y del nacionalismo económico, factores claves de la atracciónejercida por el peronismo, debían ser situadas en el marco de esa nueva visióndel papel de los obreros en la sociedad. La retórica peronista era lo bastanteabierta como para obtener las fibras de pensamiento nacionalista existente.

 Por ejemplo, términos como “cipayo” y“vende-patria” se incorporaron al lenguaje político peronista para designaraquellas fuerzas que deseaban mantener a la Argentina dentro de la órbitaeconómica de los Estados Unidos y Gran Bretaña como proveedoras de productosagropecuarios. Tal lenguaje se tornó simbólico de una puja hacia laindustrialización, proceso que debía ser guiado y supervisado con arreglo a lameta “Argentina Potencia”, en vez de la “Argentina Granja” postulada según losperonistas, por sus adversarios.

 

El éxito de la identificación de Perón mismocon la creación de una Argentina industrial, así como la atracción políticaejercida por esa simbolización, no recibía sino primordialmente en los términosprogramáticos. Dado el inminente interés de una fuerza de trabajo industrialemergente por la cuestión de la industrialización, así como la vigorosa autoidentificación del peronismo con este símbolo y su posterior monopolio dellenguaje del desarrollo económico, resultaría tentador explicar ese éxito defunción de un interés, también monopólico, de Perón en ese programa.

 

La verdadera cuestión en juego es la década1940-50, no era en consecuencia, tanto industrialización versus desarrolloagrario como intervención estatal versus laissez-faire. Más bien se trataba delproblema de los distintos significados potenciales de la industrialización, esdecir los parámetros sociales y políticos con arreglo a los cuales ese procesodebía operarse. Perón tuvo habilidad de definir esos parámetros en una formanueva que atrajo a la clase obrera, así como la habilidad de abordar esteproblema en una forma que, particularmente creíble para trabajadores, lepermitió apropiarse del tema y el símbolo del desarrollo industrial yconvertirlo en un arma política mediante la cual pudo diferenciarse de susadversarios.

 

Eléxito de esta apropiación fue, en alguna medida, cuestión de cómo se lapercibiera. Ciertamente, el vínculo entre los rivales políticos de Perón en1945-46 y los bastiones de la elite agropecuaria tradicional, como lo eran laSociedad Rural y el Jockey Club, debilitaba la credibilidad de su compromisocon la industrialización. Análogamente, su estrechonexo con el embajador norteamericano no fortalecía la creencia en su devociónpor la soberanía nacional y la independencia económica. En cuanto a imagen,hacia fines de la campaña electoral de 1946 ya era un hecho establecido laidentificación del peronismo con el progreso industrial y social y con lamodernidad: pero no se trató exclusivamente de un problema de imagen yrelaciones públicas.

Mas fundamentalmente, la clase obrera veía enel apoyo de Perón al desarrollo industrial un papel vital para sí misma comoagente en la esfera pública, considerablemente ampliada, que el peronismo leofrecía como campo de actividad. En efecto,Perón por cierto establecía como premisa del concepto mismo de desarrolloindustrial en plena participación de la clase trabajadora en la vida pública yla justicia social. En su pensamiento, la industrialización ya no eraconcebible, como lo había sido antes de 1943, al precio de la extremaexplotación de la clase trabajadora. En un discurso que pronunció durante lacampaña electoral, Perón afirmó:

 

“Endefinitiva: la Argentina no puede estancarse en el ritmo somnoliento a que lacondenaron cuantos se lanzaron a vivir a sus costillas. La Argentina ha derecobrar el pulso firme de una juventud sana y de una sangre limpia. LaArgentina necesita la aportación de esta sangre juvenil de la clase obrera.”

 

En la retórica peronista, la justicia social yla soberanía nacional eran temas verosímilmente interrelacionados antes queconsignas abstractas meramente enunciadas.

 

UNAVISION DIGNA DE CREDITO: CARÁCTER CONCRETO Y CREIBLE DEL DISCURSO POLITICO DEPERON

 

La cuestión de la credibilidad es decisiva paracomprender tanto la exitosa identificación, efectuada por Perón, de sí mismocon ciertos símbolos importantes, por ejemplo la industrialización, como, másen general, el impacto político de sus discursos sobre los trabajadores. Laterminología radical de “la oligarquía” y “el pueblo” seguía presente, peroahora era habitualmente definida con mayor precisión. Perduraba su empleo decategorías generales que denotaban el bien y el mal, o sea los que estaban porPerón y los que se oponían a él, pero ahora esos términos eran con frecuenciaconcretados, a veces como ricos y pobres, a menudo como capitalistas ytrabajadores. Si bien se hablaba de una comunidad indivisible – simbolizada por“el pueblo “y “la nación”-, la clase trabajadora recibía un papel implícitamentesuperior en esa totalidad y con frecuencia se la erigía en depositaria de losvalores nacionales. El “pueblo” muchasveces se transformaba en “el pueblo trabajador”, de modo que “el pueblo”, “lanación” y “los trabajadores” eran intercambiables entre si.

 

Similar negación de lo abstracto puedeencontrarse en el llamamiento peronista a favor del nacionalismo económico ypolítico. Desde el punto de vista de la construcción formal, por el Estado, dela ideología peronista, categorías como “la nación” y “la Argentina” recibíanun significado abstracto, místico. Sin embargo, en los discursos que Peróndirigió específicamente a la clase obrera, particularmente en el período inicial,pero también después, se advierten pocos de los elementos místicos eirracionales de la ideología nacionalista. Esos discursos no se interesabanmayormente por las virtudes intrínsecas de la “argentinidad” ni por losantecedentes históricos de la cultura “criolla” que hallaban expresión en unanostalgia evocadora de alguna esencia nacional desaparecida largo tiempo atrás.Esas preocupaciones estaban reservadas de hecho, principalmente, aintelectuales de clase media pertenecientes a los diversos grupos nacionalistasque procuraban, con escaso éxito, servirse del peronismo como vehículo pararealizar sus aspiraciones. Elnacionalismo de la clase trabajadora era invocado principalmente en función deproblemas económicos concretos.

 

Por añadidura, la credibilidad política que elperonismo ofrecía a los trabajadores se debía no sólo a lo concreto de suretórica, sino también a su inmediatez. La visión peronista de una sociedadbasada en la justicia social y en la integración social y política de lostrabajadores a esa sociedad no estaba sujeta al previo cumplimiento depremisas  como lo estaba por ejemplo enel discurso político izquierdista tales como transformaciones estructuralesabstractas de largo plazo, ni lo estaba a la gradual adquisición en alguna fechafutura de una conciencia apropiada por parte de la clase obrera.

Ladoctrina peronista tomaba la conciencia, los hábitos, los estilos de vida y losvalores de la clase trabajadora tales como los encontraba y afirmaba susuficiencia y su validez. Glorificaba lo cotidiano ylo común como base suficiente  para larápida consecución de una sociedad justa, con tal de que se alcanzaran ciertasmetas fáciles de lograr y evidentes por sí mismas. Primordialmente estosignificaba apoyar a Perón como jefe de Estado y mantener un fuerte movimientosindical.

La glorificación de estilos de vida y hábitospopulares involucró un estilo y un idioma políticos bien a tono con lassensibilidades populares. Fuera asumiendo simbólicamente la actitud de“descamisado” en una reunión política, fuera con la clase de imaginería queempleaba en sus discursos, Perón tenía una especial capacidad, que a susrivales les faltaba, para comunicarse con sus audiencias obreras. El poeta LuisFranco observó en Perón una “afinidad de espíritu con las letras de tango”. Suhabilidad para utilizar esa afinidad con el fin de establecer un nexo con supúblico se manifestó con claridad en el discurso que dirigió a la multitudreunida en la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945.

 

Hacia el final de ese discurso Perón evocó asu madre, “mi vieja”:

“Por eso hace poco les dije que los abrazaba comoabrazaría a mi madre. Porque ustedes han tenido los mismos dolores y los mismospensamientos que mi pobre vieja habrá sentido en esos días.”

 

La referencia parece gratuita, parece lafraseología vaciada alguien que no encuentra nada mejor que decir. Sin embargo,allí identificamos el eco de un importante tema sentimental de las letras detango: la pobre madre dolorida, cuya congoja simboliza la congoja de sus hijos,de todos los pobres. La identificación, efectuada por Perón, de su propia madrecon los pobres, establecía una identidad sentimental entre él mismo y suaudiencia, nota patética que resonaba en la sensibilidad de la cultura popularargentina del momento. También resultó significativo que el discurso terminaracon otra nota “tanguera”: Perón recordó a su público, en el momento en que sedisponía a abandonar la plaza:

“Recuerden que entre todos hay numerosas mujeres obrerasque han de ser protegidas aquí y en la vida por los mismos obreros”.

 

          El tema de la amenaza a las obreras,y de la necesidad de proteger a sus mujeres, era un tema constante del tango yotras formas de cultura popular.

Que Perón estructuraraen ese lenguaje su llamamiento político hoy a menudo nos parece, y por ciertoles pareció a los críticos de su tiempo, un remanente de la condescendenciapaternalista propia de la tradicional figura del caudillo. Su frecuente empleode versos de Martín Fierro y su uso deliberado de términos del lunfardo puedeextrañar a la sensibilidad actúa. Sin embargo, debemos ser cuidadosos alapreciar el impacto de su capacidad para manejar un idioma que reflejaba lasensibilidad popular del momento. En relatos efectuados por observadores yperiodistas en los decisivos años iniciales del peronismo, encontramos confrecuencia los adjetivos “chabacano” y “burdo” para describir el estilo deexpresarse de Perón y sus partidarios, calificativos que denotan una cualidadgrosera, propia de un rústico. Sin embargo, no son epítetos que los peronistashubieran rechazado necesariamente.

 

          No hay duda alguna deque esa capacidad para reconocer, reflejar y promover un estilo y un idiomapolíticos y populares basados en el realismo plebeyo contrastaba nítidamentecon el llamamiento lanzado por los partidos políticos que tradicionalmenterepresentaban a la clase obrera.  El tono adoptado por éstos frente a laefervescencia de los trabajadores al promediar la década 1940-50 era didácticoy parecía dirigirse a un público moral e intelectualmente inferior. Tal fueparticularmente el caso del Partido Socialista. Su análisis de los episodiosdel 17 de octubre es ilustrativo de su actitud y su tono:

 

“La parte del pueblo que vive su resentimiento, y acasopara su resentimiento se desborda en las calles, amenaza, atropella, asaltadiarios, persigue en su furia demoniaca a los propios adalides permanentes yresponsables de su elevación y dignificación.”

 

          Tras este tono de temor, frustracióny moralización había un discurso dirigido a una clase trabajadora abstracta,poco menos que mítica. El peronismo, encambio, estaba dispuesto, en particular durante su período inicial, a reconocere incluso glorificar a trabajadores.

La capacidad de Perónpara apreciar el tono de la sensibilidad de la clase trabajadora y lossupuestos con que ésta se manejaba se reflejó también en otros terrenos. Laretórica peronista, por ejemplo, incluía un reconocimiento tácito de lainmutabilidad de la desigualdad social, una resignada aceptación, dictada por el sentido común, de la realidadde las desigualdades sociales y económicas,”. Los remedios propuestos paramitigar esas desigualdades eran plausibles e inmediatos. En un discurso quepronunció en Rosario en agosto de 1944, Perón puso de relieve el carácterrazonable, evidente por sí mismo, de su llamamiento, es decir, la realidadmundana que había tras la retórica abstracta de la igualdad social:

“Queremos que desaparezca de nuestro país la explotacióndel hombre por el hombre y que cuando ese problema desaparezca igualemos unpoco las clases sociales para que no haya como he dicho ya en este país hombresdemasiado  pobres ni demasiado ricos”.

 

          Este realismo suponía una visiónpolítica limitada, pero no descartaba resonancias utópicas; simplemente lograbaque esas resonancias – un anhelo de igualdad social, de que se pusiera fin a laexplotación – resultaran más creíbles para una clase trabajadora imbuida, porsu experiencia de la década infame, de cierto cinismo frente a las promesaspolíticas y las consignas abstractas. Más aún, la credibilidad de la visiónpolítica de Perón, la practicabilidad de la esperanza que ofrecía, eranafirmadas a diario por las acciones que él ejecutaba desde el plano del estado. La confirmación de las soluciones queofrecía no dependía de algún futuro apocalipsis, sino que se la podía verificarbastante directamente a la luz de la actividad y experiencia políticas de cadadía. En 1945 ya había empezado a circular entre los trabajadores laconsigna que había de simbolizar esa credibilidad: “¡Perón cumple!”.

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