Cultura

Día de la Tradición

 01/01/2013   4114

10 DE NOVIEMBRE DIA DE LA TRADICION.

La poesía gauchesca es uno de los acontecimientos más singulares que la historia de la literatura registra. No se trata, como su nombre puede sugerir, de una poesía hecha por gauchos, sino por personas educadas, de Buenos Aires o de Montevideo. 

A pesar de este origen culto, la poesía gauchesca es genuinamente popular, y este paradójico mérito no es el menor de los que le encontraremos.

Quienes han estudiado las causas de la poesía gauchesca se han limitado, generalmente, a una: la vida pastoril que, hasta el siglo xx, fue típica de la pampa y de las cuchillas. Esta causa, apta sin duda para la digresión pintoresca, es insuficiente: la vida pastoril ha sido típica en muchas regiones de América, desde Montana y Oregon hasta Chile, pero estos territorios, hasta ahora no han producido una obra como el Martín Fierro.

Lugones reclamó para el Martín Fierro e1 nombre de epopeya; esta atribución lo obligaba a exaltar a Hernández o a imaginarlo el instrumento de una inspiración superior. Optó por lo último y confrontó la excelencia del poema con la supuesta medianía del poeta. En el séptimo capítulo de El payador, escribió Lugones: "Hernández ignoró siempre su importancia y no tuvo genio sino en aquella ocasión ... El poema compone toda su vida, y fuera de él, no queda sino el hombre enteramente común, con las ideas medianas de la época." Ya veremos que este juicio denigrativo es absolutamente sesgado, porque lo que parece no comprender es la coherencia del hombre comprometido con la causa federal y autor de Vida del Chacho, El gaucho Martín Fierro; La Vuelta de Martín Fierro, e Instrucción al Estanciero; además de soldado de la Confederación, periodista, senador por la provincia de Buenos Aires, etc.

El Día de la Tradición se instituyó precisamente porque un 10 de Noviembre de 1834, nació en la chacra de los Pueyrredón, José Hernández, poeta popular y funcionario probo. Polemista y fundador de periódicos, defensor de nuestros derechos sobre las Islas Malvinas; soldado bajo las órdenes de Urquiza y luego de López Jordán, contra la invasión porteña a las tierras entrerrianas.

Para la biografía de José Hernández, la fuente principal sigue siendo el artículo que Rafael Hernández, su hermano, incluyó en la obra Pehuajó. -Nomenclatura de las calles.

La historia de este libro es curiosa. En 1896, la municipalidad de Pehuajó dispuso que se diera a las calles y plazas de la ciudad nombres de poetas argentinos. Rafael Hernández, que presidía el Concejo Deliberante, publicó en un volumen las biografías de los conmemorados, una de ellas es la de José Hernández.  

Su familia, por el lado paterno, era federal por el lado materno (los Pueyrredón), unitaria. Sangre española, irlandesa y francesa corría por sus venas.

Hasta cumplir seis años, vivió Hernández en el partido de San Martín. De los seis a los nueve, en una quinta de Barracas. Dieciocho años tenía cuando su padre, mayordomo de estancias, lo llevó consigo al sur de la provincia de Buenos Aires, región entonces primitiva. Allí nos refiere su hermano, "Se hizo gaucho, aprendió a jinetear, tomó parte en varios entreveros rechazando malones de los indios pampas, asistió a las volteadas y presenció aquellos grandes trabajos que su padre ejecutaba, y de que hoy no se tiene idea". José Hernández, hacia 1882, recordaría con nostalgia esos tiempos: "Ustedes, como yo, habrán visto, si han cruzado alguna vez los campos del Sud, inmensas yeguadas alzadas en las que no había una sola manada entablada, que hace pocos años han desaparecido completamente. Durante la época de Rosas había en algunos campos tantas yeguadas ariscas, que para cruzar por ellas con tropilla era necesario llevar un hombre delante, para impedir que se la arrebataran las tropas de yeguas que cruzaban disparando al sentir gente. Eran animales enteramente salvajes, de seis, ocho, diez años o más, que no habían sentido nunca el dominio del hombre. Ahí se hacían los domadores jinetes, los fuertes boleadores, los pialadores famosos, y los hábiles corredores en el campo." (Instrucción del estanciero, pág. 269)

Nueve años vivió Hernández en la campaña; en 1853 combatió en Rincón de San Gregorio. En 1856 está en Buenos Aires ejerciendo el periodismo. Después, es múltiple su vida. Ingresó en el Ejército, lo dejó a raíz de un duelo misterioso, trabajó como empleado de comercio, peleó en Cepeda contra su provincia natal, actuó en la contaduría de Paraná, fue taquígrafo de los cuerpos legislativos de la Confederación y combatió, otra vez aliado de Urquiza, en Pavón y en Cañada de Gómez.

En 1863 predijo en un periódico el asesinato de Urquiza ("Allí, en San José, en medio de los halagos de su familia, su sangre ha de enrojecer los salones"); siete años después, esta predicción se cumplió, y Hernández militó, con los jordanistas, en la que le dio fin la derrota de Naembe.

Huyó, dicen que a pie, a la frontera del Brasil. Unas palabras reticentes, estampadas en el prólogo del Martín Fierro, dicen que la composición de esta obra lo ayudó a alejar el fastidio de la vida del hotel; Lugones entiende que esta referencia es a un hotel de la Plaza de Mayo, en el que Hernández improvisaría el poema, "entre sus bártulos de conspirador"; alude a Santa Ana do Livramento, donde los gauchos orientales y riograndenses le traerían el recuerdo de los gauchos de Buenos Aires y los del Litoral. Una vez más en esa apreciación de Lugones se esquivan las verdaderas peripecias del poeta y el sentido reivindicativo de un sector social que tiene el poema; la voz de aquellos que lo dieron todo en las luchas de la independencia y sólo ganaron persecución y escarnio, los gauchos.

Escribió Ricardo Rojas: "En la legislatura de Buenos Aires, debatió con hombres como Leandro Alem y Bernardo de Irigoyen. En la poli tica y la prensa porteñas, alternó con Navarro Viola y Alsina. Sirvió a la federación de Buenos Aires y a la fundación de la ciudad de La Plata. Carlos Olivera confirma: "Su elocuencia era como un ariete. Tenía, más o menos, el cuerpo de dos hombres; su voz era pura y potente; parecía un órgano de catedral. Y como le salían las palabras!

Sus últimos años transcurrieron en una quinta de Belgrano, que entonces no era un barrio de la capital sino un pueblo aparte. Su hermano ha conservado para nosotros la escena de su muerte: "Al fin, este coloso inclinó la robusta cabeza con la debilidad de un niño, el 21 de octubre de 1886, con menos de cincuenta y dos años de edad, minado de una afección cardíaca, quizá; en el pleno goce de sus facultades hasta cinco minutos antes de expirar, conociendo su estado y diciéndome: Hermano, esto está concluido. Sus últimas palabras fueron: Buenos Aires, Buenos Aires y cesó.

Leticia Manatuta

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